Mercedes Schamber Complejas y perturbadoras formas brotan como si fuera de una vertiente inagotable. Infinitas estructuras, infinitas líneas, infinitas mallas de lápiz o pintura configuran imágenes de fósiles, objetos, animales o figuras que se yuxtaponen o se superponen en una aparente realidad tridimensional. Cuando las urdimbres como una membrana celular llegan a su máximo vigor se aíslan, como piel quitada, arrancada de las formas de su contexto narrativo tradicional. En ese estado, se perciben como una liberación para espectador. Al parecer no se trata solamente de ver formas sino también de jugar con ellas a descorporalizarlas en ese mundo de ensoñación. Extrañamente poco después, se presume que tanta fascinación esconde su mejor bocado. En Vuelos de la muerte (2012), mientras la mirada vaga como perdida, embriagada de color, una niña de línea delicada, débil, cae tímidamente naranja y tensamente sobre múltiple formas de apariencia de rosquilla. El enigma de estas formas nos recuerda a la planta Boca de dragón, Dragonaria o vulgarmente conocida como Conejitos. Sospechosamente estas formas de dragonarias, toros o torus, superficies de revolución generadas por unas circunferencias que giran sobre sí mismas alrededor de una recta exterior coplanaria, no parecen sobrevolar el campo en forma inocente. Su morfología “como una turbina erótica” y a punto de estallar genera un inquietante suspenso que pone la destreza como un virtuosismo cercano al control y al título en rápida asociación con contextos políticos. Vuelos de la muerte (2012), parafrasea también con alas (2008) otra obra que parece haber quedada atrapada o dibujada por la misma red de sus trabajos. En la obra, mirar lo que no se conoce (2012), la mirada vuelve a quedar nocturnizada por una forma central; una cornucopia (cuerno de la abundancia) irrumpe cuando dos luchadores de línea mínima parecen tener una contienda casi invisible. Más allá de lo que resulte ante la mirada, lo que podremos acordar es que hay un sistema que podría clasificarse morfológicamente como un telar de arácnido. Una especie de malla trampa donde se teje imagen tras imagen y en donde el uso del color funciona como néctar, un elemento emotivo para el espectador e incluso de eufórica psicodelia perceptiva en el caos. Así en la posible presencia de algo que ya no está como carne, sino en estructura con escenarios de “fantasías” -retro, futuristas, de paisajes imposibles-; donde ríos, volcanes, diagramas y calaveras aparecen como un rastro de antiguas geografías, la dimensión de lo que no se dice, se calla, se asila o se confina, crece igualmente como una ponzoñosa enredadera. Daniel Fischer

Comentarios

Entradas populares

Imagen